El torbellino gélido que forma esta sierra, cubierta de un casquete blanco durante ocho meses, haría creer a mucha gente, casi todos los habitantes y visitantes de Madrid, que la naturaleza de estos pantanos está muerta o empobrecida, sin más que páramos y pastizales como los que describen los viajeros en los países polares».
El autor anónimo de un libro de caza publicado a mediados de la década de 1880 describe en términos similares lo que para los madrileños era la Sierra de Guadarrama, que para los que hoy vivimos en ella es uno de los lugares más acogedores y bellos del centro de España.
Con el tiempo, la actitud mental de la sociedad ante la importancia del cada vez más escaso entorno natural que aún existe ha cambiado, de manera que la sierra, que antes significaba misterio, miedo o rechazo, ahora nos invita a integrarnos en ella, siempre que tomemos las debidas precauciones para facilitar, en la medida de lo posible, nuestro regreso seguro al valle y a nuestra vida cotidiana.

En un principio se pensó, y parece que se pensó, que visitar las montañas por el mero placer de lo que se ve desde ellas, por el consuelo de los corazones de quienes las alcanzan o por el enriquecimiento de su intelecto, fue el principio que puso Petrarca cuando subió al monte Perva en 1336.
Sin embargo, a medida que los historiadores y antropólogos investigan lo ocurrido en la montaña, quedó claro que muchos desconocidos subieron a la cima con intenciones similares.
Una de las figuras más destacadas en una cultura influenciada por el naciente cristianismo de la época fue Moisés, que subió a la montaña y a quien se le entregó el Libro de la Ley de Dios, si es que esto ocurrió en la cima de la montaña rocosa Debemos imaginar que la subida por encima del Monasterio de Santa Catalina en la Península del Sinaí en Egipto no fue fácil, o al menos un viaje difícil y atrevido, no exento de los peligros propios de las montañas de arenisca endurecida.
Otro personaje, esta vez fechado históricamente en el año 106 d.C., es Salustio, que atravesó una sinuosa nulidad para que su ejército llegara a una fortaleza que, gracias a su valor, no tardó en caer. En la historia se encuentran otros ejemplos de uso del montañismo para ganar guerras, pero la hazaña de Aníbal ciertamente los supera a todos.
En el año 218, partió del puerto de Cartagena para iniciar su gran viaje con su señor, y tras un recorrido lleno de incógnitas y peligros, consiguió aterrorizar y casi destruir el Imperio Romano. El hecho de cruzar los Alpes por un puerto de montaña sorprendió a quienes esperaban que llegaran por otra ruta más razonable, pues no podían imaginar que unos 25.000 infantes, más 20 elefantes y 5.000 soldados de caballería, la mitad del ejército que inició la campaña, les atacaran, llegando desde el norte, y aparentemente por el altísimo y montañoso puerto del Montseny, pero no pudieron dar cuenta de la razón histórica.